miércoles, 15 de julio de 2009

Sueño II (almas encerradas)

Camino sobre un pasillo de baldosas de mármol. Apenas hay luz. Llevo rato andando y no hallo el final de este trayecto. No sé con qué objetivo sigo hacia delante, pero no cejo en mi empeño. Tengo la sensación de que al final habrá algo que está esperándome; algo de lo que no puedo escapar, pues a pesar de sentir una creciente angustia sé que mis pasos están escritos y el destino me está marcado en la única dirección en que me muevo.

Tras largo rato andando, mi vista alcanza el anhelado final del pasillo desde la lejanía. Acelero el paso excitado hasta llegar a mi objetivo. Pero todo mi mundo se derrumba cuando me doy cuenta que el final del pasillo es un muro. En él hay un espejo de pared que no está colgado, sino que permanece en el suelo y apoyado sobre dicho muro. Puedo observar el reflejo de mis pies cansados en el espejo y advierto que la imagen irreal de éstos se va debilitando en el espejo, cada vez se va haciendo más transparente hasta que se pierde totalmente. Respiro con alivio al comprobar, de manera automática, que mis pies permanecen en su sitio. Estoy aturdido ante el inexplicable hecho que acabo de presenciar y puedo sentir como mi conciencia parece ir desvaneciéndose poco a poco...


Despierto. Oscuridad. Absoluta oscuridad. Poco a poco voy recuperando el conocimiento. Estoy tumbado boca arriba. ¿Dónde estoy? ¿Cómo he llegado hasta aquí y por qué? Se me ocurren mil preguntas más y no soy capaz de dar respuesta a ninguna de ellas. Trato de levantarme. Me es imposible. De hecho no puedo mover un sólo músculo. Parece que escucho algo a lo lejos. Agudizo mis oídos con la esperanza de sentir el sonido de la voz de una persona. Silencio.

Repentinamente, me doy cuenta de algo que es a todas luces imposible: no respiro. Y además no siento necesidad de hacerlo. El miedo que ya venía notando con anterioridad va en aumento. ¿Qué me está pasando? Quiero respirar, sentirme esclavo de este acto autómata y repetitivo; pero soy incapaz de ello. Otra vez un ruido.

- ¿Quién está ahí?

Silencio. Vuelvo a insistir:

- Estoy escuchándote. ¿Quién eres?
- ¿Por qué no dejas de molestar? - me quedo petrificado al oír una voz grave de hombre más cercana de lo que a priori esperaba.
- ¿Qui...én... eres...? - inquirí esparciendo con lentitud las palabras.
- La pregunta no es quién soy, sino quién eres tú. Llevo aquí mucho tiempo como para permitir que alguien que ha llegado recientemente me avasalle con preguntas que no le llevarán a ningún sitio.

Sigo escuchando algunos ruidos, aunque algo más cercanos. Noto que son voces de personas. Les grito:

- ¡¡¡Eeehhhhh, estoy aquí!!!
- ¡Ssssssshhhhh, calla! - me ordena la voz grave. Es extraño, pero me ha parecido notar que han sido varias personas las que a la vez me han pedido silencio.
- Dime, por favor ¿qué hago aquí? ¿Cómo he llegado hasta aquí? Te lo ruego - suplico con desesperación.
- No es fácil decir esto a nadie... - la voz de repente hablaba con una mezcla de tristeza, amabilidad y empatía -. Alguien que conoces, probablemente un familiar, escogió la opción equivocada.
- ¿Qué? ¿Qué opción equivocada? - no entendía que trataba de decirme aquella voz varonil.
- ¿Sabes cuál es el único material que el alma de un hombre no es capaz de atravesar?
- No. ¿Cuál es?
- La madera - la voz hizo una pausa, quizás esperando a que yo dijera algo y continuó -. Cuando alguien muere, el alma despierta tras unas horas y sale del cuerpo. Tu alma ha abandonado tu cuerpo y está encerrado en tu propia tumba de madera. No puede salir al exterior. En este cementerio todos estamos condenados ante la elección equivocada de quién decidió enterrarnos. Es nuestro sino y debemos aceptarlo durante toda la eternidad.

No podía creer lo que aquella voz me estaba contando. Estaba aterrorizado. Me encontraba en mi tumba junto a mi propio cuerpo y no podría salir jamás de allí. Era una vida infinita llena de oscuridad y monotonía la que se me presentaba. La voz volvió a hablar:

- Como ya sabes, nadie en el mundo de los vivos sabe que el alma no traspasa la madera y la mayor parte de la gente decide enterrar a sus familiares en cajas de este material...
- Alguien debería hacer saber a los vivos de este error para que no vuelvan a caer en él al igual que nosotros - interrumpí pensando en todas las personas que la muerte aún les esperaba para llevarlas hasta esta cárcel de fiambres.
- Jajaja - rió desmesuradamente aquella terrible voz -. Nadie puede informar a los vivos del futuro que les espera aquí. Ojalá lo supieran y nuestros familiares con vida se decidieran a abrir nuestras tumbas para que pudiéramos abandonar esta maldita caja y poder flotar por siempre en el aire con plena libertad,... Pero es mejor no pensar en ello y aceptar este castigo que se nos ha impuesto.

Comienzo a gimotear desconsolado ante la situación irracional que debo afrontar el resto de los días. Vuelvo a escuchar nuevamente voces de fondo. Deben ser otros muertos que tal vez estén explicando a los recién llegados el nuevo orden de cosas. De nuevo la voz vecina volvió a hablar, esta vez de forma imperativa:

- No molestes a los demás, nadie merece oír los lamentos o gritos de nadie. Nadie debe hacerle esto más difícil al resto. Todos estamos hundidos en esta noche eterna...

1 comentario:

The Dark Side Of The Moon dijo...

Fantástico.
Bien podría ser una historia trasladable a algo más que un blog. Incluyendo un poco de connotaciones morales para reivindicar la donación de órganos, por ejemplo, o símplemente tomarlo como un axioma más de la religión, lo que le ocurriría al alma tras los cultos fúnebres que tan aceptados están por nuestra sociedad y tan necesarios se nos hacen para ganarnos esa suite en el cielo. A fin de cuentas, (y en mi opinión, por supuesto) toda ella es un axioma en sí.

Un saludo, por un momento me sentí atrapado por la angustia de tu sueño, espero el próximo.